Antes de que esta crisis irrumpiera en nuestras vidas como principal protagonista, los pensamientos y preocupaciones de muchas personas rondaban sobre la manera tan poco ética en la que nuestro mundo iba avanzando, como el cambio climático o la lucha por la igualdad social, entre muchos otros temas.
Antes de que esta crisis irrumpiera en nuestras vidas como principal protagonista, los pensamientos y preocupaciones de muchas personas rondaban sobre la manera tan poco ética en la que nuestro mundo iba avanzando, como el cambio climático o la lucha por la igualdad social, entre muchos otros temas.
Entre ellos, hay uno especialmente preocupante que en los últimos años azotaba a media España: la situación del mundo rural. Y, por lo tanto, de nuestro territorio, el Altiplano Estepario.
Desde la España vaciada es de donde parten los alimentos básicos necesarios para nuestra sociedad, los recursos naturales esenciales de los que un país se nutre, y donde aún, aunque a duras penas, se salvaguardan los valores de una vida ética y la sabiduría esencial que, hasta la generación de nuestros abuelos, se ha ido forjando desde la evolución del ser humano.
Esta situación, tras la crisis sanitaria, en absoluto ha mejorado. En todo caso, ha pasado a un segundo plano, que inevitablemente hará que los pueblos sigan vaciándose y que nuestro patrimonio natural siga degradándose. No debemos dejar de lado estas necesidades, de las cuales depende el futuro de un país. Porque esto es un hecho, si queremos cubrirlas a medio y largo plazo.
Más que nunca, el mundo rural ha demostrado su resiliencia frente a los espacios aglomerados y desprovistos de naturaleza. Aquí la vida sigue de otra manera. Aunque tomando todas las precauciones que exige la situación, los habitantes del mundo rural caminamos tranquilos por unas calles donde se puede respirar aire puro, más que nunca mimamos nuestras huertas para asegurarnos el alimento (pues precisamente esta crisis nos recuerda lo frágil y absurdo de nuestro sistema alimentario tan dependiente a las grandes cadenas de supermercados) y observamos la belleza de los paisajes, que nos transmiten paz y nos recuerdan lo esencial de la vida.
Ahora, más que nunca, es momento de volver a empatizar con las necesidades del mundo rural, no olvidar que cada día se cierran más consultorios médicos, más colegios, más negocios de familias de artesanos, y que esto que está desapareciendo, precisamente, es lo que crea resiliencia a la humanidad, el que nuestro sistema económico se retroalimente, que el país mantenga su riqueza cultural, económica y patrimonial, que nuestra alimentación sea saludable, que no destruya nuestra propia tierra, y que no dependamos de terceros países para las necesidades básicas, es decir, que seamos autosuficientes.
Somos un país rico en recursos, con un gran patrimonio humano y natural. Sólo valorándolo salvaguardaremos esa riqueza económica, cultural y, sobre todo, de espíritu.
Redactado por: Belén Sánchez Martínez

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